martes, 11 de marzo de 2014

RECUERDOS DE UN DÍA COMO HOY.



UN JUEVES DE HACE DIEZ AÑOS.

Esa mañana se trabajaba de turno matutino. Toda esa semana había sido así. Era jueves y
recogí, con mi coche, a un compañero que reside en el mismo barrio que el mío. Todo era normal y rutinario: Me tocaba esperar a mi pasajero porque este no solía ser muy puntual. Nos encontramos las retenciones en las correspondientes salidas de nuestro distrito, en las autopistas de circunvalación y en la entrada del pueblo de Tres Cantos donde se halla mi antigua empresa.

Llegamos pronto, como siempre. Porque a pesar del tráfico, o más bien debido a este, se calculaba más tiempo de trayecto para no llegar tarde al puesto de trabajo. Solía quedar como una media hora libre antes del horario de entrada y en una zona de la empresa, adecuada como comedor y zona de descanso; con máquinas expendedoras de varios tipos, mesas y sillas para sentarse a comer o  desayunar, micro hondas para calentarse las tarteras, (Puesto que se nos daba una hora para comer en una jornada intensiva), y como no, un televisor.

 Varios compañeros charlaban entre ellos. Otros, se entretenían leyendo diarios deportivos o de estos que regalan gratuitamente en la puerta del metro. También estaban, como yo, aquellos que prestaban atención a las noticias de la televisión. Poco a poco se incorporaban más compañeros según se acercaba la hora de jornada laboral. Unos llegaban y aparcaban en el parking de la empresa  en sus propios vehículos; otros en el autobús, que tenía la parada delante de nuestro almacén, venidos desde Madrid, Colmenar Viejo o de la estación de trenes de cercanías del pueblo.

Entonces ocurrió. Sin saberse mucho de ello, con total incertidumbre, el noticiario que se tenía sintonizado comunicaba una noticia de última hora: Se habían  producido varias explosiones en la estación de cercanías de Atocha y sin ninguna seguridad de la noticia, en alguna estación de cercanías más. Prometieron ampliar lo acontecido cuando tuvieran más datos.

Enseguida corrió la voz entre la gente. Muchos se acercaban a escuchar lo que se decía en la tele. Otros nos incorporábamos a nuestros trabajos porque era nuestro deber como trabajadores. Algunos tenían radios en sus equipos de música o en sus móviles; y aunque la empresa prohibía explícitamente usarlos en plena jornada, esta vez se hizo una excepción, porque todos los presentes nos imaginábamos, sobre poco más o menos, lo que había ocurrido.

Comenzaba a llegar información sobre el suceso con mayor claridad. Trasmitiéndose  en los medios audiovisuales todo el caos, el horror y el estupor del aciago acontecimiento. Todos los del almacén estábamos preocupados, porque al menos tres de nuestros compañeros, que residían en el sur de Madrid y que no poseían automóvil para desplazarse, tomaban alguno de esos trenes todos los días y estos aún no habían llegado.

Nos preguntábamos sobre su paradero. Unos callaban, otros hablaban en bajo preguntando entre los presentes si habían llegado o no, Los que conservaban sus números de móvil, llamaban pero si éxito. Las líneas de los teléfonos comunicaban o no daban respuestas porque la gente se preocupaba por sus parientes y amigos, y no dejando libres estas o vete a saber por qué no lo hacían.

Pasaba el tiempo; las noticias continuaban constantemente acumulándose e inundando el panorama. Confusión, mucha confusión y al fin uno de los compañeros llega. Según pasaba por los pasillos, la gente le entraba y preguntaba. Lo primero que comunicó es que tenía que hablar con los jefes para justificar su tardanza. Más tarde, en los corrillos que se formaban a su alrededor comentaba su experiencia: Llegaba tan tarde porque después del desastre, todos los transportes públicos estaban casi paralizados. Lo mismo pasó con su móvil; no dejaba de llamarles sus padres, sus hermanos y otros.

Se confirmaba. Era un ataque terrorista y el gobierno del “PP” y su presidente, comunicaba a los españoles por los distintos medios, que "ETA" era el causante de tamaña carnicería. Se presenta el segundo de los compañeros que faltaban. Este, antes de llegar, a duras penas consigue ponerse en comunicación con la empresa y como los rumores vuelan, todos estábamos más tranquilos. Aún así, no se libra de la curiosidad y la preocupación de los presentes y es sometido a constantes interrogatorios. Era el mismo caso que le sucedió al primero. 

Faltaba Santi, pero finalmente se presentó. Hubo alivio y respiro entre los presentes. Tomó un taxi porque no había otra manera de llegar. Entró en el almacén acompañado de uno de los jefes. Estaba muy nervioso, casi no podía mentar palabra y los compañeros lo rodeamos curiosos y preocupados. Fue este jefe que estaba a su lado quién habló: Santi se había librado por los pelos; el tren de cercanías del que se apeó fue el que llegó antes. Pero a pesar de ello, se encontró en la estación cuando todo pasó. Fue testigo directo del desconcierto, el pánico y la desorientación en  el momento que escuchó las explosiones. Perdió su mochila con su almuerzo, su celular y otros objetos personales en el reino del caos que se instauró en la terminal. Cuando consiguió salir de la estación de Atocha, tuvo que ser asistido por los sanitarios de un ataque de ansiedad. Todavía hoy recuerdo las pocas palabras que expresó y no fueron por mediación del encargado. Dijo: ¡Hijos de puta, son unos hijos de puta! La empresa le concedió el día libre y se marchó a su casa. 

Los madrileños asistimos a una de las mayores manifestaciones contra los actos terroristas. Quizá la mayor de todas. Sólo sé que no entraba un alma más en esas madrileñas calles.

Luego llegaron las noticias de la furgoneta “Renault Kangoo”; que el atentado lo perpetró “Al-Qaeda”  y no la banda terrorista vasca, del empecinamiento del gobierno de echarles las culpas a esta última. Sucedió aquello del: “El gobierno nos miente; pásalo”, en los móviles en el periodo de reflexión antes de las elecciones generales y el fracaso electoral del “PP”. Más tarde: La teoría de la conspiración, difundida por la oposición del Partido Popular, que duró prácticamente durante todo el mandato de Zapatero. La demostración de que eso no fue así y la crisis económica del 2008 en la que todavía estamos sumidos.

Pero lo que no se me olvidará en la vida, es el miedo disimulado y la impotencia en los ajos de mi compañero de trabajo; Santi, y la alegría que sentimos de comprobar que había salido de esa apocalíptica situación indemne. Hace mucho tiempo que no sé nada de tí. Un saludo y un fuerte abrazo.

A todos aquellos que no tuvieron tanta suerte: Familiares, amigos y conocidos de las víctimas de todo tipo. Mi más sincero pésame y mi incondicional apoyo. Que esto que aconteció un jueves de hace diez años no se vuelva nunca a repetir y que jamás se olvide.

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