jueves, 11 de septiembre de 2014

Ubi Sunt



                      
                                  LE ACOMPAÑO EN EL SENTIMIENTO

            Don Emilio Botín ha fallecido. Lo hizo ayer a los 79 años de edad de un infarto. ¿De un infarto? Qué raro; pensaba que para sufrir uno de eso se tenía que tener corazón. Parece ser que no. De todos modos así fue y yá no está entre nosotros. 


Con todos mis respetos hacia sus familiares y conocidos, que en estos aciagos momentos, estarán cuantificando la gran pérdida sufrida con aquello que este ponderoso hombre les deja.

El “respetable” gurú de las finanzas españolas dejó su cargo y su vida como el resto de los mortales, no pudiendo llevarse al otro mundo ni un mísero céntimo de su fortuna personal. Parece ser que la muerte no es Suiza ni las islas Caimán, que no es un político corrupto al que se le pueda comprar más años de vida a cambio de un retiro dorado en su entidad financiera, ni hacerle cambiar las reglas para que vayan a su favor. Finalmente el señor Botín se fue y lo hizo solo, igual que los padres y abuelos de los hijos de los obreros, de los desahuciados de la sociedad por los que él y su entidad nunca se preocupó: Es más; perjudicó todo lo que pudo, porque por poder podía mucho.

Pensando en la edad de su defunción, me viene a la cabeza que conozco a un gran número de personas que superan fácilmente esa edad. Esas personas no son grandes financieros como nuestro ilustre difunto. Tampoco son grandes empresarios ni altos cargos políticos. Son personas normales y corrientes, muchas pertenecientes a la clase proletaria que después de trabajar muy duro toda su vida, de luchar para cambiar las cosas y que sus hijos y nietos tuvieran ese sueño llamado “un mundo mejor”; han recogido el fruto de una jubilación casi decente y un sistema sanitario social que les ha permitido, a algunos de ellos, superar la barrera de los ochenta años. 

Ahora estos queridísimos ancianos ven atónitos cómo los fines de toda su vida se están yendo a la cuneta. Tenía intención de decir: Al carajo; pero he decidido ser suave. Continúo: Cómo esa seguridad social que les ha permitido alargar sus vidas con cierta dignidad y que tantos esfuerzos les ha costado a toda su generación, cómo esa jubilación que les ha otorgado una selenitud decente se están desmantelando para hacerlas desaparecer.  Y lo peor de todo; cómo, con sus justitas pensiones, se tienen que hacer cargo de mantener a sus hijos o a sus nietos, algunas veces a ambos, porque en la moderna España neoliberal no se les da oportunidades. 

Y en todo ello, ocultos tras partidos políticos a su servicio que no atienden a las necesidades y derechos civiles de sus ciudadanos, está la gran banca y las poderosas empresas de las grandes oligarquías económicas de esta nación y del resto del mundo. De entidades como hasta hace nada pertenecía el “ilustre” señor Botín. Mi inteligencia no da mucho de sí, pero no es necesario ser demasiado listo para intuir que el “honorable” fallecido estaría metido en el ajo del desmantelamiento del estado del bien estar para que él y los suyos ganasen más dinero y más poder.

Mire señor Botín, mire esté donde quiera que esté ahora si es que en realidad existe un alma. A su persona de todo este poder, de toda esta riqueza ya no le queda nada. Tanto trabajar y pergeñar planes para destruir y empobrecer tantas otras vidas para terminar muriendo como todos. Porque en el siglo XXI, igual que en la edad media, la muerte iguala a todos y reclama las vidas de ricos y pobres.
Descanse en paz. Eso seguro es lo que pensará la heredera de todo su imperio.